jueves, 14 de marzo de 2013

Tu puedes parar los cotilleos


Tú tienes la llave para pasar de los cotilleos al diálogo sincero

En nuestra sociedad llamada ‘sociedad de la información’, se ha logrado tener acceso a mucha información, a muchos comunicados, a muchos mensajes.  Cualquier acontecimiento social se convierte rápidamente en un tema de debate de radio o televisión o en una tertulia. Se trata de buscar el sensacionalismo y suscitar el morbo que a todos nos atrae. Hasta la vida personal y privada se exhibe sin pudor en esos programas que llaman de “telebasura”. Los participantes en esos programas de chismorreo, por un puñado de euros, no tienen problema en contar sus intimidades, sus infidelidades y hasta los aspectos más escabrosos de sus vidas. Es el mundo del cotilleo y del chismorreo, de la palabra fácil, pero sin verdad y sin valores, de lo vergonzoso hecho espectáculo.
En este mundo de la hiper-información y de las vanidades cualquier opinión o parecer se da por verdad, y se hacen juicios paralelos a personas antes de que se pronuncien los jueces. El prejuicio configura enseguida la opinión de la gente; y después es muy difícil restituir el honor de las personas a las que hemos juzgado como culpables antes de tiempo. Ya lo dijo Einstein: “Es más fácil destruir un átomo que destruir un prejuicio”
¿A dónde queremos llegar con esta presentación? A tomarnos en serio el valor de la palabra y el imperativo moral de la verdad. La palabra es un don de la persona, y la verdad es un derecho y un deber.  Hay jóvenes y no tan jóvenes que se han subido en el caballo de la mentira y de la falsedad y mienten “como bellacos”. Mienten a sus padres, mienten a sus profesores, mienten en sus trabajos, mienten a sus propios amigos…. Esta actitud refleja un fracaso de su educación y una gran degradación moral y social.
¿Os acordáis de la fuerza que tuvo esa frase del debate político y de campaña electoral que decía: “No nos merecemos un gobierno que nos mienta” Luego, por desgracia, se comprobó que también el político que decía esa frase era un experto en confundir y mentir en la política.  ¡Pues eso!, no nos merecemos personas que nos mientan. Ni nadie se merece que yo le mienta y le falsee la realidad. Porque todos tenemos derecho a la verdad.
Dijo Julius Charles Hare, escritor y teólogo británico: “¿Puede haber en el mundo algo más despreciable que la elocuencia de un hombre que no dice la verdad?”  Amiga, amigo, tú tienes la llave para pasar de los cotilleos al diálogo sincero. Que siempre se pueda decir de ti: “esta o este joven es un joven de palabra”.

jueves, 7 de marzo de 2013

Llaves que abren casas a los diferentes




Cuentan que el comediógrafo Pedro Muñoz Seca iba todas las mañanas a la madrileña cafetería de Levante y siempre pedía café con media tostada. Al entrar compraba el diario ABC y mientras desayunaba lo iba leyendo.
Un día llegó una señora mayor pidiendo para comer. Él le dio la media tostada y el periódico que ya lo había leído para que lo vendiera y sacase algo.
Esta misma escena se va repitiendo durante un par de años. Hasta que un día la vieja deja de acudir al café para recoger la media tostada y el periódico.
Una semana más tarde se presentan al comediógrafo dos pobres mujeres.
- Señor, echará usted de menos a la anciana que venía todas las mañanas…
- Sí es cierto. ¿Es que acaso está enferma? –les pregunta Muñoz Seca.
- Es que ha muerto. Nosotras la hemos asistido. Y ha hecho testamento.
El autor se extraña.
- Pero… ¿tenía fortuna?
- No, no señor. Pero a ésta la deja el ABC y a mí la media tostada.
Y Muñoz Seca cumplió la última voluntad de la señora.
Sin duda que en la vida hay personas diferentes, originales, generosas… como este escritor humorista que abren puertas porque para ellos lo que cuenta son las personas. Estamos seguros que gestos como éste dice mucho de quien lo hace y hacen mucho más bien a los que los reciben, sobre todo si necesitan ayuda.
Recordad este texto del evangelio: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros” Jn. 13,34