Ya estamos en el ecuador de este curso, por increíble que pueda parecernos. Todo se mueve a mucha velocidad y apenas tenemos tiempo de reflexionar sobre cómo nos van las cosas.
Al principio del curso, todos, sin duda, habíamos programado nuestra pequeña hoja de ruta e imaginábamos cómo nos gustaría que nos fuesen las cosas.
Los de primero llegaban a un sitio nuevo, del que quizá les habían hablado, pero en el que todo estaba por conocer. Los de segundo se preguntaban cómo serían las nuevas asignaturas, los nuevos profesores y las experiencias prácticas.
Suele ocurrir, con demasiada frecuencia, que el balance de nuestras actividades lo realizamos cuando estas llegan a su fin y ya no nos queda margen de tiempo para la reacción. Por ello, te invito a que dediques hoy algo de tu tiempo a este cometido, comparando tus retos, tus resultados y tus ilusiones con la realidad que vives.
De entre estas tres ideas sobre las que animo a pensar: retos, resultados e ilusiones, me interesa particularmente la tercera. La ilusión te llena de fuerza, te mueve, te empuja, te arrastra hacia adelante. Es una especie de adrenalina que te ayuda cada día a combatir la desidia. El diccionario de la Real Academia Española, dice de la ilusión lo siguiente: esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo.
Quien tiene ilusión tiene energía; quien tiene ilusión actúa con entusiasmo; quien tiene ilusión no desfallece ante las contrariedades, quien tiene ilusión aporta un sentido a lo que hace; quien tiene ilusión alienta a quienes le acompañan, quien tiene ilusión conoce la alegría; quien tiene ilusión cumple sus objetivos satisfactoriamente y corona sus metas con el éxito.