jueves, 3 de noviembre de 2011

Enseñar a Vivir

Os presentamos un breve cuento con la finalidad de poder continuar creciendo en este viaje tan especial que todos estamos llamados a realizar:
Un hombre halló el capullo de una mariposa.
Y, un día, surgió una pequeña apertura. Se sentó y observó cómo la mariposa luchaba durante varias horas para forzar el paso de su cuerpo a través de ese estrecho agujero.
Entonces le pareció que la situación se había estancado y ya no había progreso. Parecía como si hubiera llegado tanto como podía y no le era posible continuar.
Así que el hombre decidió ayudar a la mariposa.
Cogió unas tijeras y cortó el resto del capullo.
La mariposa salió con facilidad. Tenía el cuerpo hinchado y unas alas pequeñas y arrugadas.
El hombre continuó observando a la mariposa porque esperaba que sus alas crecieran en cualquier momento y su cuerpo se contrajera al momento.
Nada de eso ocurrió.
De hecho, la mariposa pasó el resto de sus días arrastrándose con el cuerpo hinchado y unas alas pequeñas y arrugadas. Nunca pudo volar.
Lo que el hombre no había entendido, en su ayuda amable y precipitada, es que ese capullo tan sofocador y la fuerza que la mariposa tenía que hacer para poder pasar por tan estrecha apertura eran el modo divino de forzar la salida de fluidos desde el cuerpo a las alas para que ésta fuera capaz de volar una vez que se librara del capullo.
A veces lucha es exactamente lo que necesitamos en nuestra vida. Si Dios permitiera que viviéramos sin obstáculos podría ser terrible para nosotros. No seríamos tan fuertes como debiéramos. Jamás podríamos volar.
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